Esta novela ha de leerse por capítulos de manera ordenada. Debes comenzar por la primera entrada e ir ascendiendo.

jueves, 10 de enero de 2008

Prólogo

Prólogo

Historia del comienzo:

Recuerdo una fragancia dulce y tenue que se parece a violetas y azafrán. Después sólo un color, el azul, chillidos y un portazo.

1992, por las historias que me contó mi tío se que mis padres eran unos nobles franceses asentados al sur, cerca de la frontera con España, Toulouse. Ellos quisieron que me educara en la sociedad española de la época. Estaban siendo presionados en sus negocios por una compañía que con anterioridad estuvo anexa a ellos. Mis padres poseían en su emporio varios teatros, cinco cines, cuatro compañías constructoras y tres iglesias; dos en Borgoña y una en Toulouse.

Éramos la típica familia burguesa: Padre, madre y dos hijos, varón y mujer, ella cuatro años menor. Debido a las extorsiones y acosos a sus negocios y por miedo a una represalia decidieron separarnos y alejarnos de Toulouse, mi hermana pasaría a estudiar a Inglaterra, con tan solo siete años. Lo último que recuerdo de ella era su preciosa y rizada rubia melena y unos ojos verdes, húmedos por las lágrimas.

Sólo nos parecíamos en los ojos, pues yo era de pelo azabache y tez más bien morena.

Al llegar el amanecer mi tío Pierre y mi tía Sophie nos llevaron a mi hermana y a mí hacia París. Una vez allí mi tía y Cristine viajarían rumbo a Londres. Pierre y yo pasaríamos a coger el coche hacia España.

En el viaje no me pude quitar de la cabeza la última expresión de tristeza que me mostró Cristine y nuestras últimas palabras, la di un abrazo y la dije “Cristine, te quiero y volveré por ti o tú vendrás a mí, solo se que nos volveremos a encontrar; dile a tía Sophie que escriba a casa con tu dirección y así nuestros padres me la mandarán para que podamos seguir en contacto, así me será más fácil encontrarte.

Ella asintió y la besé en la frente, después mi tía la agarró fuertemente y la asió con celeridad, pues el vuelo iba a embarcar. Terror. Pavor. Su expresión decía que no creía en nuestro reencuentro.

Llegamos a Barcelona tras el largo viaje en coche conducido por mi tío y nos asentamos en casa de unos parientes de mi padre, la familia Román Lliure. Mi tío y yo estuvimos viviendo con ellos hasta 2003, fue entonces cuando mi primo Jordi me propuso compartir piso con él.

En esos once años mandé diez cartas a mis progenitores, pidiendo dirección y referencias de Cristine, pero no hubo contestación alguna. Para esas navidades yo ya habría ahorrado lo suficiente como para viajar dos personas a Paris, avisé a mi tío y partimos de inmediato.

Mi tío recordaba vagamente la dirección pero no tardamos en volver en el mismo mohoso coche, esta vez conmigo al volante.

Ya estábamos en Toulouse; era el número 13 de la rue Maran, la puerta estaba carcomida y con un leve empujón bastó para que cediera y pudiéramos entrar. Me invadió cierto sentimiento que no sabría describir, las manos me temblaban y el corazón se me encogió. Desbordaron pensamientos de mi cabeza y evoqué un olor de nuevo a violetas y azafrán, pero duró un instante y acto seguido se desvaneció ese sopor para conocer que lo que de verdad hedía era un olor tan fuerte y húmedo que me produjo hasta náuseas.

Todo estaba alborotado, como si alguien hubiese entrado a robar; muebles destrozados y todo por los suelos. Aquello necesitaba ventilación, se notaba que estuvo cerrado mucho tiempo.

Fui a buscar alguna de mis viejas pertenencias. Nada. Alguna de las pertenencias de Cristine. Tampoco. Sólo las joyas de mis padres y la vieja herencia textil de nuestros antepasados aún en el baúl del desván, junto a esos cuadros, diarios y objetos de valor sentimental. Era extrañísimo que no se hubieran llevado ninguna de esas cosas y sí todo lo que nos concernía a nosotros, su descendencia, para mayor golpe moral, vi nuestros cuartos completamente remodelados, el más pequeño, el de Cristine, se había convertido en una biblioteca. Las paredes abandonaron el azul añil con encajes blancos y rosas en las paredes para ser un verde oliva más serio y adulto.

Mi cuarto en cambio ahora era irreconocible, habían levantado un tabique en medio que separaba una sala de estudio con su escritorio y su televisor de un pequeño cuarto de baño.

Me di cuenta también de que no había ninguna foto nuestra, solo de nuestros padres. Comencé a pensar que nos habían borrado de sus vidas. “La mente entierra lo que el corazón da por muerto”.

Volví al desván y rebusqué entre los objetos y en toda mi ira, cegado por la rabia y la impotencia golpeé una columna que se descubrió hueca por una parte. Dentro de la columna había un juego de llaves y una nota en la que pude leer:

”Sabed perdonarnos, el pilar madre sustenta la casa, siempre estuvisteis aquí y ahora debéis seguir las pistas.Sois lo más sagrado.

Os quieren, vuestros padres.”

El llavero tenía una pequeña cruz latina y dos cascabeles con forma de campana; ¿Qué querría decir? Metí el llavero con la llave rústica en el bolsillo interno de mi levita de cuero negro. Bajé las escaleras dubitativo y un poco ausente, mi tío me preguntó si todo estaba en orden y si tuve suerte en mi búsqueda; negué con la cabeza. Debemos descansar, vamos a buscar un hotel, le sugerí. Asintió y partimos apresurados, pues el frío nocturno comenzaba a ser intenso. Abroché la levita y me puse los guantes de piel de carnero. Mi tío se enfundó su sombrero característico negro y me puso la mano en el hombro diciendo:

- No te preocupes, algún día lo entenderás, pero recuerda que ahora eres un Román Lliure, sería mejor que no desvelaras tu apellido aquí.

- ¿Es que pasó algo tío Pierre?¿Ocurriría algo si lo desvelara?

- Será mejor que no lo compruebe, yo ya no puedo cambiarlo y no te mentiré. Me queda poco tiempo, mi muerte se acerca y la siento soplandome vaho en la nuca.

- No digas tonterías, pasaremos esto juntos y pronto estaremos en casa, con Cristine y Tía Sophie aún mantenía mi viejo acento francés pero sonaba con ciertos matices toscos del catalán venga, tápate que ya estamos cerca, pero... vaya. Necesito sacar dinero en el cajero, espérame que aparco aquí y no tardo en salir.

Mostré una de mis mejores sonrisas, cariñosa y entrañable. No tardé ni cinco minutos cuando salí del banco, él ya no estaba. No se por qué pero no me sorprendió lo más mínimo. En su asiento encontré su gorro con una nota.

“Lo siento, las respuestas las tendrás en la antigua iglesia de Toulouse, a las afueras del pueblo. Es lo que te intentaban decir la cruz latina y las dos campanas. Debo tratar unos temas, nos volveremos a ver.

Te quiero.

Pierre.”

Me apresuré en hacer contacto con el motor mientras me enfundaba su sombrero, me sudaban las manos y no sabía si por la agitación o por los guantes de piel de carnero, el templo estaba bastante lejos de modo que tuve que hacer un descanso de 20 minutos antes de ponerme de nuevo en marcha hasta llegar a las puertas del viejo templo cristiano. Introduje la deteriorada y oxidada llave y empuje fuertemente ya que la puerta no cedía. Finalmente se abrió y dentro noté por unos instantes más frío que fuera.

Mi familia siempre había sido muy cristiana, yo en cambio no creía en entes superiores pero también solía ir a misa, ahí se despertó mi interés por la arquitectura de los templos; en Barcelona llegué a mi madurez arquitectónica con La Sagrada Familia. Pero volviendo a la rústica y modesta iglesia de Toulouse, hallé junto al altar al cristo volcado y todas las cruces de hierro destrozadas. Me asoló la idea del pavor que hubiera sentido cualquier cristiano al ver semejante estampa. Fui caminando hacia el altar, a paso más bien lento, entre relajado y asustado por la panorámica mostrada.

Al llegar al altar me coloqué como si dirigiese yo la misa, incluso tomé la Biblia que tenía tachada la palabra Sagrada de su portada. La abrí y me sorprendió sobretodo el hecho de estar hueco, pasé varias páginas y había un pequeño compartimiento hueco donde hallé otra nota. En ella nuestro apellido y unas indicaciones aparentemente la dirección del nuestro mausoleo familiar.

¿Estarían ellos...? Corrí hacia las puertas y a mitad de la nave principal oí un grito de tal modo que me estremeció, dejándome el bello de punta y calando mi cuerpo de un frío repentino.

3 comentarios:

Selene dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Neelah dijo...

Buen comienzo. Me gusta tu manera de describir, no se hace pesado de leer.

Saludos y sigue así.

Anónimo dijo...

Hola! Me alegro de que te hayas decidido al fin;)
Bueno, veo que lo has diseñado muy bien ya, jajaja, poco podré aportarte.
Ya te he añadido a mis vínculos y espero que pronto sigas la historia. Ya hablamos, muacs.

11 de enero de 2008 4:27